Al principio el país había logrado contener en un número relativamente bajo la cantidad de contagios y de víctimas fatales, pero con el correr de los meses la situación se deterioró.
Un año de pandemia en la Argentina.
El 3 de marzo de 2020, el por entonces ministro de salud, Ginés González García, confirmó el primer caso de coronavirus en el país. El ministro no llegó a cumplir un año de gestión en pandemia y se transformó en el enemigo público número 1 luego del escándalo por los vacunados VIP. Dos semanas después de aquel primer caso, el 19 de marzo de 2020, el presidente Alberto Fernández decretaba el aislamiento obligatorio en todo el territorio. Lo hacía acompañado de Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, una postal que se repitió con frecuencia durante la cuarentena interminable.
Para una clase política que se caracteriza por su falta de coordinación y mezquindades, incluso entre funcionarios del mismo signo político (basta con ver los desencuentros que tuvieron Sabina Frederic y Sergio Berni), la imagen de este trio trabajando de forma conjunta generó sorpresa y elogios. El presidente llegó a referirse al jefe de gobierno porteño como “mi amigo Horacio”, como si hubiese que exagerar la buena sintonía, que de todas formas se fue erosionando, conforme el “amigo” se convertía en amenaza política.
Se terminó de romper en septiembre, cuando Alberto Fernández anunció que le quitaría fondos a la Ciudad para subir los sueldos de la Policía Bonaerense, para así desactivar la protesta que estaba realizando dicha fuerza. Los reclamos policiales se habían concentrado en Puente 12 (Autopista Ricchieri y Camino de Cintura), pero un sector de los uniformados llegó a manifestase incluso frente a la Residencia Oficial de Olivos. Todo esto sucediendo en el marco de una pandemia que produjo una catástrofe sin precedentes, en términos de vidas humanas, pero también económicos. Sin dudas fueron 12 meses dramáticos y excepcionales.
Al inicio de la pandemia, Argentina logró contener en un número relativamente bajo la cantidad de contagios y de víctimas fatales. Sin embargo, con el correr de los meses la situación se deterioró cada vez más. El total de infectados desde que comenzó la pandemia ascendió ayer a 2.141.854 y los fallecidos son 52.784. Es decir, Argentina tiene 1.165 muertos por millón de habitantes, lo que en términos comparativos con la región nos ubica por debajo de Brasil (1.228), aunque por encima de Chile (1.090), dos países con los que el gobierno buscaba compararse cuando los números eran favorables. Las naciones con menos muertos por millón de habitantes son Uruguay y Paraguay, mientras que México y Perú son los que más han sufrido las consecuencias sanitarias del Covid-19.
Aunque la cuarentena estricta puede haber servido al comienzo para contener el avance del virus, en términos de actividad económica tuvo efectos devastadores. El PIB se contrajo 10% en 2020, lo que representa la peor caída desde la crisis de 2002. Prácticamente todas las economías del mundo retrocedieron como consecuencia de la pandemia, sin embargo, Argentina evidenció una de las peores performances. En Latinoamérica, es el tercer país que más cayó (detrás de Panamá y Perú).
Países como Brasil (-4,1%), Uruguay (-4,5%) y Chile (-6,0%) cayeron prácticamente la mitad que Argentina. Se le suma el hecho de que la catástrofe económica de nuestro país es anterior a la pandemia. Con el 2020, se acumulan tres años consecutivos del PBI en baja y la economía no logra crecer en términos reales desde 2011. Ya no había margen, y encima golpeó la pandemia.
La crisis económica tuvo su correlato en términos sociales. Según el último relevamiento del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 44,2% de los argentinos son pobres. El resultado es peor entre la población infantil, ya que la pobreza alcanza al 64,1% entre los menores de 18 años. Un verdadero drama social.
Los vaivenes de esta pandemia se reflejaron en la imagen de Alberto Fernández. Cuando la cuarentena comenzó, en marzo de 2020, la imagen positiva del presidente subió de forma precipitada, convirtiéndose en el dirigente político mejor considerado del país. Por aquellos meses, era percibido por la ciudadanía como un líder sensato que había tomado a tiempo las medidas necesarias para detener el virus. Eran también los tiempos de cooperación y dialogo con su “amigo Horacio”.
A medida que las consecuencias económicas y sanitarias de la cuarentena y la pandemia se vislumbraban, su prestigio se erosionaba. La caída se aceleró a partir de junio, con la radicalización del gobierno (intento de estatización de la empresa Vicentin, quita de fondos a CABA, embestida judicial e intento de remover a los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli, acumulación de restricciones cambiarias), y se estancó en los últimos 3 meses.
El gobierno nacional apunta ahora a no tener que volver a restringir actividades, lo cual detendría la recuperación económica (ya de por sí mucho más lenta de lo que se previa) y podría precipitar una nueva caída en la imagen del presidente Fernández. De todas formas, las manifestaciones en Formosa ponen de manifiesto que el margen para tomar medidas extremas como la de volver a la fase 1 de la cuarentena parece ser nulo, ya no se cuenta con el respaldo social necesario para implementar este tipo de restricciones.
La imagen de Alberto Fernández.
Fueron 12 meses traumáticos para muchos argentinos. La aparición de nuevas vacunas en todo el mundo y la llegada de cada vez más dosis a la Argentina muestran la luz al final del túnel. La evidencia hasta pone de manifiesto que la vacunación funciona para enfrentar y, eventualmente, terminar con la pandemia. A pesar de las nuevas cepas, la perspectiva global mejoró en las últimas semanas y hay optimismo. Esperemos que los próximos 12 meses, con una elección de por medio, sean inmensamente mejores de los que dejamos atrás.